Albert Einstein (1879-1955) nació en la ciudad bávara de Ulm el 14
de marzo de 1879. Fue el hijo primogénito de Hermann Einstein y de
Pauline Koch, judíos ambos, cuyas familias procedían de Suabia. Al
siguiente año se trasladaron a Munich, en donde el padre se estableció,
junto con su hermano Jakob, como comerciante en las novedades
electrotécnicas de la época.
El pequeño Albert fue un
niño quieto y ensimismado, que tuvo un desarrollo intelectual lento. El
propio Einstein atribuyó a esa lentitud el hecho de haber sido la única
persona que elaborase una teoría como la de la relatividad: «un adulto
normal no se inquieta por los problemas que plantean el espacio y el
tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto lo
conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, he tenido un
desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el
espacio y el tiempo hasta que he sido mayor».
En 1894, las dificultades económicas hicieron que la
familia (aumentada desde 1881, por el nacimiento de una hija, Maya) se
trasladara a Milán; Einstein permaneció en Munich para terminar sus
estudios secundarios, reuniéndose con sus padres al año siguiente. En el
otoño de 1896, inició sus estudios superiores en la Eidgenossische
Technische Hochschule de Zurich, en donde fue alumno del matemático
Hermann Minkowski, quien posteriormente generalizó el formalismo
cuatridimensional introducido por las teorías de su antiguo alumno. El
23 de junio de 1902, empezó a prestar sus servicios en la Oficina
Confederal de la Propiedad Intelectual de Berna, donde trabajó hasta
1909. En 1903, contrajo matrimonio con Mileva Maric, antigua compañera
de estudios en Zurich, con quien tuvo dos hijos: Hans Albert y Eduard,
nacidos respectivamente en 1904 y en 1910. En 1919 se divorciaron, y
Einstein se casó de nuevo con su prima Elsa.
Durante 1905, publicó cinco trabajos en los Annalen der Physik:
el primero de ellos le valió el grado de doctor por la Universidad de
Zurich, y los cuatro restantes acabaron por imponer un cambio radical en
la imagen que la ciencia ofrece del universo. De éstos, el primero
proporcionaba una explicación teórica, en términos estadísticos, del
movimiento browniano, y el segundo daba una interpretación del efecto
fotoeléctrico basada en la hipótesis de que la luz está integrada por
cuantos individuales, más tarde denominados fotones; los dos trabajos
restantes sentaban las bases de la teoría restringida de la relatividad,
estableciendo la equivalencia entre la energía E de una cierta cantidad
de materia y su masa m, en términos de la famosa ecuación E = mc²,
donde c es la velocidad de la luz, que se supone constante.
El esfuerzo de Einstein lo situó inmediatamente entre
los más eminentes de los físicos europeos, pero el reconocimiento
público del verdadero alcance de sus teorías tardó en llegar; el Premio
Nobel de Física, que se le concedió en 1921 lo fue exclusivamente «por
sus trabajos sobre el movimiento browniano y su interpretación del
efecto fotoeléctrico». En 1909, inició su carrera de docente
universitario en Zurich, pasando luego a Praga y regresando de nuevo a
Zurich en 1912 para ser profesor del Politécnico, en donde había
realizado sus estudios. En 1914 pasó a Berlín como miembro de la
Academia de Ciencias prusiana. El estallido de la Primera Guerra Mundial
le forzó a separarse de su familia, por entonces de vacaciones en Suiza
y que ya no volvió a reunirse con él.
Contra el
sentir generalizado de la comunidad académica berlinesa, Einstein se
manifestó por entonces abiertamente antibelicista, influido en sus
actitudes por las doctrinas pacifistas de Romain Rolland. En el plano
científico, su actividad se centró, entre 1914 y 1916, en el
perfeccionamiento de la teoría general de la relatividad, basada en el
postulado de que la gravedad no es una fuerza sino un campo creado por
la presencia de una masa en el continuum espacio-tiempo. La confirmación de sus previsiones llegó en 1919, al fotografiarse el eclipse solar del 29 de mayo; The Times
lo presentó como el nuevo Newton y su fama internacional creció,
forzándole a multiplicar sus conferencias de divulgación por todo el
mundo y popularizando su imagen de viajero de la tercera clase de
ferrocarril, con un estuche de violín bajo el brazo.
Durante
la siguiente década, Einstein concentró sus esfuerzos en hallar una
relación matemática entre el electromagnetismo y la atracción
gravitatoria, empeñado en avanzar hacia el que, para él, debía ser el
objetivo último de la física: descubrir las leyes comunes que,
supuestamente, habían de regir el comportamiento de todos los objetos
del universo, desde las partículas subatómicas hasta los cuerpos
estelares. Tal investigación, que ocupó el resto de su vida, resultó
infructuosa y acabó por acarrearle el extrañamiento respecto del resto
de la comunidad científica.
A partir de 1933, con el acceso de Hitler al poder, su
soledad se vio agravada por la necesidad de renunciar a la ciudadanía
alemana y trasladarse a Estados Unidos, en donde pasó los últimos
veinticinco años de su vida en el Instituto de Estudios Superiores de
Princeton, ciudad en la que murió el 18 de abril de 1955.
Einstein
dijo una vez que la política poseía un valor pasajero, mientras que una
ecuación valía para toda la eternidad. En los últimos años de su vida,
la amargura por no hallar la fórmula que revelase el secreto de la
unidad del mundo hubo de acentuarse por la necesidad en que se sintió de
intervenir dramáticamente en la esfera de lo político. En 1939, a
instancias de los físicos Leo Szilard y Paul Wigner, y convencido de la
posibilidad de que los alemanes estuvieran en condiciones de fabricar
una bomba atómica, se dirigió al presidente Roosevelt instándole a
emprender un programa de investigación sobre la energía atómica.
Luego
de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, se unió a los científicos
que buscaban la manera de impedir el uso futuro de la bomba y propuso la
formación de un gobierno mundial a partir del embrión constituido por
las Naciones Unidas. Pero sus propuestas en pro de que la humanidad
evitara las amenazas de destrucción individual y colectiva, formuladas
en nombre de una singular amalgama de ciencia, religión y socialismo,
recibieron de los políticos un rechazo comparable a las críticas
respetuosas que suscitaron entre los científicos sus sucesivas versiones
de la idea de un campo unificado.
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